RESTAURANOS
SEÑOR CON TU MISERICORDIA
25,
III, 2012
Cuentan
los cronistas de la época que cuando el pintor sevillano Diego
Velazquez concluyó en 1.657 el cuadro de las Hilanderas, la obra
causó enorme admiración, pues era absolutamente perfecta. El lienzo
estaba terso, los colores eran nítidos y brillantes. La escena de
las mujeres hilando tenía tal realismo que hasta se percibía en la
tela el aire de la estancia. El paso de los años, sin embargo, fue
deteriorando la pintura. La luz y el polvo fueron velando los
colores. El lienzo se oscureció, fue resquebrajándose y perdiendo
consistencia e incluso fueron apareciendo pequeños desconchones.
Como
consecuencia de todo ello,hace unos pocos años el cuadro hubo de ser
restaurado.El lienzo fue reentelado para darle solidez.
Fue limpiado, recuperando la primitiva brillantez de los colores. Y
fue reintegrado allí donde se había producido pérdida de pintura.
Después de esta tarea delicada, apareció la obra en todo su
esplendor, tal y como salió de las manos del artista. El cuadro
había sido restaurado, renovado, recreado, convertido a su primitiva
belleza. Restauración, renovación, recreación y conversión son
palabras que describen de forma muy ajustada el espíritu de la
Cuaresma, cuya quinta semana iniciamos en este domingo.
Como
el cuadro de Velazquez,cada uno de nosotros después de nuestro
bautismo,fuimos una obra perfecta salida de las manos de Dios. En el
bautismo fuimos incorporados a Cristo y recibimos la gracia
santificante que nos hizo hijos de Dios, miembros de su familia y
partícipes de su naturaleza divina. Nos convertimos además en
templos de la Santísima Trinidad, que vino a habitar en nosotros.
Con
el paso del tiempo,sin embargo,ese cuadro ideal se fué
deteriorando.A lo largo de nuestra vida de adultos, nuestra alma fue
perdiendo su belleza originaria, su primitiva tersura y perfección.
Los pecados veniales oscurecieron la belleza de la gracia divina y
hasta es posible que el pecado mortal habitual haya entenebrecido
completamente las entretelas de nuestra alma, quebrando totalmente el
cuadro de la presencia de la Santísima Trinidad en nosotros.
Por
todo ello,nuestra Madre la Iglesia,situa cada año en el corazón del
año litúrgico el tiempo de Cuaresma, en el que nos invita a la
renovación, a la conversión, a la restauración de nuestra vida
cristiana. "Restáuranos,
Señor, con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso
de las culpas". Esta
era la oración con la que iniciábamos la Eucaristía hace dos
domingos y ésta debe ser también nuestra petición al Señor a lo
largo de esta semana: "Conviértenos
a Tí, Dios, Salvador nuestro"; "crea en nosotros un
corazón nuevo". Efectivamente,
Él es quien nos tiene que convertir. Él es quien nos tiene que
restaurar por dentro. Él es que tiene que renovar y robustecer
nuestra fe débil, mortecina y vacilante para que dé frutos de
santidad y de vida eterna.
El
evangelio de este domingo nos refiere la resurrección de Lázaro
(Juan 11 ,1-45).La catequesis catecumenal llega hoy a su culmen.Alos
signos del agua y de la luz de los domingos precedentes,hoy se añade
la vida. El prodigio obrado por Jesús en Betania es una promesa
firme de nuestra futura resurrección. "Yo
soy la resurrección y la vida:
-dice Jesús a Marta- el
que cree en mí… no morirá para siempre". Pero
esta consoladora certeza, no agota el mensaje de Jesús en casa de
Lázaro. "En
Él estaba la vida",
nos dice San Juan (Jn 1,4). Él es el camino la verdad y la vida
también ahora, en nuestra peregrinación terrena (Jn 14,6). Él ha
venido para que tengamos vida y vida abundante (Jn 10,10), la vida
que nos permite dar fruto si permanecemos unidos a Él como el
sarmiento que permanece unido a la vid (Jn 15,1-7). Esa vida es la
gracia santificante, que nos fue merecida por Jesús de una vez para
siempre en la Cruz y que entregó a la Iglesia para que la distribuya
y aplique a los hombres de todos los tiempos a través de los
sacramentos. Sin ella estamos muertos en el orden sobrenatural. Ella
es nuestra mayor riqueza, lo único necesario, el rasgo definitorio
de nuestra identidad cristiana, lo único por lo que merece la pena
luchar, vigilar, sufrir y hasta morir, como han hecho los santos.
La
liturgia de este domingo nos invita a estimar la vida divina en
nosostros y a vivirla en plenitud;a luchar contra el pecado
venial,que vela en nosotros la imagen de Dios;a luchar ante todo
contra el pecado mortal, que la destruye totalmente. Volvamos al
Señor y renovemos la gracia bautismal. Dejemos que Él restaure en
nosotros la condición filial en este tiempo de gracia y salvación.
Para ello contamos con el sacramento de la penitencia, que todos
debemos redescubrir, recuperar y estimar como camino de conversión,
de reconciliación con Dios, con la Iglesia y con nuestros hermanos,
segundo Bautismo, sacramento de la paz, de la alegría y del
encuentro con Dios. Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
Juan
José Asenjo Pelegrina
Arzobispo
de Sevilla
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